Re: Franc dux, ¿buen peleador?
Publicado: 03 Oct 2009 20:24
Bercy y Frank Dux. Segunda parte
Apenas habíamos dormido pero la adrenalina nos mantenía en estado de vigilia. Le echamos morro y penetramos en las instalaciones del gimnasio Duodeville, que era más bien un polideportivo. No pasamos por el vestuario, sino que entramos directamente en la sala desde la que provenían ruidos de aglomeración humana, mochila al hombro y con cara de “qué c**o hago yo aquí”. Estábamos en tierra extranjera y supongo que sin darnos cuenta blindamos nuestros espíritus para prepararnos para cualquier cosa. Nos bullía la sangre pero manteníamos una actitud altiva, destinada a no ser descubiertos, y de la que hoy me siento, porque no decirlo, orgulloso.
El “Dojo” era una pista de futbol sala con el suelo de plástico típico de estos deportes y estaba atestada de practicantes luciendo keikogis de todos los colores, entre los que destacaban el blanco, el azul y el negro. La mayoría de los allí reunidos estaban haciendo ejercicios de calentamiento “para la galería”, es decir, poniendo todo su empeño en que los presentes comprobaran su elasticidad o la rapidez de sus movimientos, como si desearan dejar patente que eran verdaderos budokas. Algunos, con el torso al aire, mostraban sus músculos mientras se sometían a la mencionada sesión de calentamiento. He de decir que otros, con un perfil más parecido al nuestro, se ataban el obi y calentaban de una forma más privada y menos espectacular. Curiosamente, estos últimos se habían concentrado en una zona en concreto. Nosotros nos sentamos en un banco y nos cambiamos a la velocidad de la luz para que los gabachos vieran lo menos posible el color de nuestros gayumbos. Con el keikogi limpio, nos sentimos mejor y más a tono con el carácter del evento.
En aquel momento hizo su entrada Frank Dux, seguido de cuatro de sus alumnos. El vestía igual que el día anterior y sus acólitos iban de azul, con un enorme logo en la espalda que rezaba “Dux Ryu Ninjutsu”.
El tipo empezó a hablar y pidió en su propio idioma que nos distribuyéramos en torno a él, para hacer el cursillo sin las tiranteces del protocolo marcial. Al oír aquello, se lo traduje a mis compañeros y nos sentamos en el suelo, a unos metros de él, teniendo en cuenta que iba a necesitar espacio.
Los franceses nos imitaron, porque me di cuenta de que muy pocos hablaban inglés y si lo hablaban no comprendían el acento de Dux. Alguien solicitó un traductor en francés pero al enterarse mis compañeros de lo que estaban pidiendo, se negaron en redondo a que yo tradujera del inglés al francés para toda aquella gente. Me querían para ellos y no me arrepentí ya que el traductor que se presentó voluntario apenas hizo otra cosa durante las dos horas que duró el training.
No entiendo como no acabé el día con dolor de cabeza, ya que aquel día traduje a todo trapo del inglés o del francés, al español. Solo uno de mis colegas era capaz de decir cuatro palabras en inglés y del francés … na de ná.
La clase en sí fue una cosa muy rara, ya que Frank Dux nos mostró cuatro técnicas “propias” de la Dux Ryu y que eran variantes lógicas de cosas que habíamos visto en Aikido y en Jiu Jutsu, aderezado con un componente muy duro que obligaba a los uke de Dux a ser tipos aguérridos de verdad. Alguno de ellos se llevó unos buenos hematomas a USA, en especial un tipo gordito que he visto en alguna filmación cutrilla de Youtube. Cuando terminaba de demostrar la técnica, nos saludaba y nos levantábamos para practicarla. El francés que traducía literalmente se inventaba lo que Dux decía y yo acabé pensando que no tenía ni puta idea y que solo captaba la idea general de las frases.
Nos quedamos de piedra cuando los budokas allí presentes se levantaron y empezaron a practicar las técnicas que les salían de las pelotas. No había nadie que se ciñera a lo que Dux había demostrado. Cierto que el americano había hecho hincapié en que cada uno debía darle su propio toque personal a la técnica, pero aquello era de risa. Patadas voladoras, caídas sin ton ni son, saltos peliculeros… Estuvimos un buen rato flipando, hasta que nos pusimos a ejecutar la técnica tal y como él la había desarrollado.
A los cinco minutos, Frank Dux, ya fuera un farsante chulesco, o un artista marcial en la flor de la vida, se acercó a nosotros y empezó a asentir con la cabeza. Los cuatro éramos ciertamente duros y no nos daba miedo caer sin tatami. Al cabo de un rato en que los cuatro habíamos llevado a cabo la técnica, nos dimos cuenta de que todo el mundo nos estaba mirando. En el momento en que me tocó hacer de Uke con mi propio compañero y mi cuerpo golpeó el suelo, comprobé que el sonido de mi caída había causado eco a causa del silencio que se había establecido. Me levanté y el enorme Frank Dux se me acercó hasta que olí su colonia. Espero que él no oliera la que yo no llevaba.
No tengo idea de lo que me preguntó pues aún me resonaban los oídos del talegazo, pero me quedé allí de pié, junto a mis compañeros, la mirada en Dux que sonreía.
_No somos franceses_ le solté en inglés, casi a modo de diferenciación clasista, para evitar que pensara que eramos parte de aquel montón de chulos de pecho depilado (que conste que no tengo nada en contra de la ausencia de vello pectoral).
_ Venimos de España y somos practicantes de diversas artes marciales.
_Spain!…_ dijo él, sonriendo.
El resto del entrenamiento fue muy mediocre y Dux se limitó a explicar tres técnicas y sus variantes, dando una caña tremenda a sus alumnos.
En un momento dado, en la que iba a ser la última técnica me saludó solicitándome como Uke.
Me levanté rápidamente y le saludé, sobreponiéndome al estupor. Quien vio aquello tuvo que reírse al comparar nuestros tamaños, pero cuando me instó a que le atacara con el puño (me lo dijo en japonés con el consabido TSUKI) lo hice a fondo, sin contemplaciones y sin esperar nada. En ese preciso instante supe que Frank Dux no podía ser quien decía ser. Me esquivó in extremis y se inventó la técnica en ese momento. Cierto que era alguien acostumbrado al cuerpo a cuerpo, pero aplicó tanta fuerza física al movimiento que algo me susurró al oído que aquel hombre no era el genio que pretendía. Me practicó algo así como un shiho-nage de aikido mal hecho, que me proyectó con violencia al suelo. Me levanté al instante, con la sensación que tiene el Uke cuando el sensei la ha cagado o se le ha escapado la técnica. La segunda vez me aplicó un Irimi-nage extremadamente duro que me levantó muchísimo del suelo, lo cual seguramente resultó espectacular porque su sonrisa se amplió y me saludó con un _nice uke. Ya que había explicado dos técnicas, los budokas las practicaron como pudieron, y algunos seguían aplicando patadas en salto y cosas similares, como si no hubieran estado presentes en la demostración. Pensé que eran imbéciles.
Me reuní con mis compañeros teniendo la seguridad de que no había recibido la técnica de un maestro. Otras veces, con otros profesores, las mismas técnicas me habían sabido distintas, sin tanta violencia, ni había hecho falta tanta potencia física. Dux sustituía el desequilibrio por Julios de fuerza. Me sentí desilusionado.
Pero aquello era solo el comienzo. Al terminar, dijo unas palabras que fueron traducidas de forma poco menos que indignante en las que agradecía la asistencia y pedía perdón por no haber contado con un tatami. El traductor gabacho dijo no se que c**o de la escuela Dux… pa mi que se lo inventaba sobre la marcha en función del careto de Dux.
Cuando el americano se retiró, los asistentes plegaron velas y se cambiaron allí mismo. Nosotros hicimos lo propio, volviéndonos a poner la ropa de calle. En seguida pensamos en escabullirnos para evitar que alguien descubriera que jamás habíamos abonado la clase. Estábamos a unos pocos metros de la puerta de salida cuando comprobamos que muchos de los budokas hacían cola para adquirir uno de los posters firmados de puño y letra de Dux. Empezamos a sortear a la gente hasta que noté que alguien me agarraba por el hombro. Era uno de los alumnos de Dux, aún con el keikogi azul un tipo bajito, que había estado asistiendo al grandullón durante el micro-cursillo. El tio empezó a decir, mientras nos miraba a los cuatro que “el señor Dux quisiera hablar con nosotros en privado”. Al principio creí que había malinterpretado al americano, pero los alumnos de Dux nos abrieron paso y nos llevó a una especie de vestuario en el que Dux y su “novia” nos esperaban. Mis tres compañeros flipaban en colores y ya no me pedían que les tradujera nada. Se limitaron a abrir los ojos como platos y dejarse llevar.
Hubo apretones de manos gigantescas y una especie de conversación en spanglish conducida por una chica, seguramente de origen cubano, que permitió a duras penas que Dux nos explicara cuanto deseaba dar un stage en España… y lo rentable que sería para todos.
Nos mostró toda una línea de equipamiento con la marca Otomix, que según él le quitaban de las manos en Usa y que los asistentes aquel día al gimnasio estaban adquiriendo en masa allí mismo, a un precio prohibitivo. De repente se presentó otro tipo, el apellido del cual me demostró que había dirigido algunas películas (serie B) del tema Ninja. Por lo visto se estaba preparando una producción destinada a poner en escena al amigo Dux. A todo esto, la chica revoloteaba por el vestuario arreglándose la ropa constantemente y soltando parrafadas en español que terminaba siempre con _you know? (¿sabes?) Mis compañeros contestaban a preguntas triviales sobre comida española, playas, e incluso me pareció oír las palabras Sagrada Familia. Mi cabeza apenas era capaz de seguir el hilo a todo.
Dux nos habló de las Artes antiguas, de su aparición en Bercy y de lo enfadado que estaba porqué había perdido la concentración y se había cortado un poco con las botellas de cava que convirtió en polvo el día anterior, frente a miles de espectadores. Comprobé allí mismo que los cortes eran arañazos superficiales sin ninguna gravedad, como los que te hace un gato casero cuando juega.
Frank Dux no dejaba de hablar de beneficios, de hoteles, de España y de las posibilidades que ofrecía la introducción en nuestro país de la marca Otomix.
Mis amigos empezaron a sentir lo mismo que yo. Era como asistir a una de esas convenciones en las que quieren venderte un piso en multipropiedad. Pobres de nosotros, que solo queríamos entrenar con un gran maestro. Ahora estábamos con él en un vestuario, sin comprender nada, y sin darnos cuenta de que aquello era un gran negocio que se había iniciado con la película Bloodsport.
Intercambiamos teléfonos y hubo promesas y nuevos apretones de manos, pero al cabo de casi otra hora y media, cuando sacamos nuestros culos del gimnasio, teníamos la impresión de haber llegado al final de un ciclo. Los cuatro hablamos entre nosotros de lo increíble que había sido la jornada, pero en nuestro fuero interno percibimos la cruda realidad.
A partir de aquel día continuamos practicando, pero con otro talante. El encuentro con Frank Dux nos enseñó que el camino no entiende de naciones ni de idiomas, así que continuamos en la brecha. Hoy día, cuando hablo del tema de Frank Dux, quiero recordarlo como algo bueno, pero cuanto más vueltas le doy, más me convenzo de que todo era un gran montaje alrededor de un tipo que practicaba Artes Marciales. No, no era un gran maestro, y creo que he conocido a unos cuantos, pero a su modo, nos enseñó algo.
Espero que alguien extraiga alguna enseñanza de este rollo.
Lo cierto es que cuento con más anécdotas, algunas con personajes muy conocidos de las Artes Marciales, pero me estoy sintiendo como el típico viejo relatando batallitas. Además, algunas de ellas no me las creería si no las hubiera vivido y el hecho de contarlas quizá haría que las cubriera con una retórica que seguramente no merecen.
Apenas habíamos dormido pero la adrenalina nos mantenía en estado de vigilia. Le echamos morro y penetramos en las instalaciones del gimnasio Duodeville, que era más bien un polideportivo. No pasamos por el vestuario, sino que entramos directamente en la sala desde la que provenían ruidos de aglomeración humana, mochila al hombro y con cara de “qué c**o hago yo aquí”. Estábamos en tierra extranjera y supongo que sin darnos cuenta blindamos nuestros espíritus para prepararnos para cualquier cosa. Nos bullía la sangre pero manteníamos una actitud altiva, destinada a no ser descubiertos, y de la que hoy me siento, porque no decirlo, orgulloso.
El “Dojo” era una pista de futbol sala con el suelo de plástico típico de estos deportes y estaba atestada de practicantes luciendo keikogis de todos los colores, entre los que destacaban el blanco, el azul y el negro. La mayoría de los allí reunidos estaban haciendo ejercicios de calentamiento “para la galería”, es decir, poniendo todo su empeño en que los presentes comprobaran su elasticidad o la rapidez de sus movimientos, como si desearan dejar patente que eran verdaderos budokas. Algunos, con el torso al aire, mostraban sus músculos mientras se sometían a la mencionada sesión de calentamiento. He de decir que otros, con un perfil más parecido al nuestro, se ataban el obi y calentaban de una forma más privada y menos espectacular. Curiosamente, estos últimos se habían concentrado en una zona en concreto. Nosotros nos sentamos en un banco y nos cambiamos a la velocidad de la luz para que los gabachos vieran lo menos posible el color de nuestros gayumbos. Con el keikogi limpio, nos sentimos mejor y más a tono con el carácter del evento.
En aquel momento hizo su entrada Frank Dux, seguido de cuatro de sus alumnos. El vestía igual que el día anterior y sus acólitos iban de azul, con un enorme logo en la espalda que rezaba “Dux Ryu Ninjutsu”.
El tipo empezó a hablar y pidió en su propio idioma que nos distribuyéramos en torno a él, para hacer el cursillo sin las tiranteces del protocolo marcial. Al oír aquello, se lo traduje a mis compañeros y nos sentamos en el suelo, a unos metros de él, teniendo en cuenta que iba a necesitar espacio.
Los franceses nos imitaron, porque me di cuenta de que muy pocos hablaban inglés y si lo hablaban no comprendían el acento de Dux. Alguien solicitó un traductor en francés pero al enterarse mis compañeros de lo que estaban pidiendo, se negaron en redondo a que yo tradujera del inglés al francés para toda aquella gente. Me querían para ellos y no me arrepentí ya que el traductor que se presentó voluntario apenas hizo otra cosa durante las dos horas que duró el training.
No entiendo como no acabé el día con dolor de cabeza, ya que aquel día traduje a todo trapo del inglés o del francés, al español. Solo uno de mis colegas era capaz de decir cuatro palabras en inglés y del francés … na de ná.
La clase en sí fue una cosa muy rara, ya que Frank Dux nos mostró cuatro técnicas “propias” de la Dux Ryu y que eran variantes lógicas de cosas que habíamos visto en Aikido y en Jiu Jutsu, aderezado con un componente muy duro que obligaba a los uke de Dux a ser tipos aguérridos de verdad. Alguno de ellos se llevó unos buenos hematomas a USA, en especial un tipo gordito que he visto en alguna filmación cutrilla de Youtube. Cuando terminaba de demostrar la técnica, nos saludaba y nos levantábamos para practicarla. El francés que traducía literalmente se inventaba lo que Dux decía y yo acabé pensando que no tenía ni puta idea y que solo captaba la idea general de las frases.
Nos quedamos de piedra cuando los budokas allí presentes se levantaron y empezaron a practicar las técnicas que les salían de las pelotas. No había nadie que se ciñera a lo que Dux había demostrado. Cierto que el americano había hecho hincapié en que cada uno debía darle su propio toque personal a la técnica, pero aquello era de risa. Patadas voladoras, caídas sin ton ni son, saltos peliculeros… Estuvimos un buen rato flipando, hasta que nos pusimos a ejecutar la técnica tal y como él la había desarrollado.
A los cinco minutos, Frank Dux, ya fuera un farsante chulesco, o un artista marcial en la flor de la vida, se acercó a nosotros y empezó a asentir con la cabeza. Los cuatro éramos ciertamente duros y no nos daba miedo caer sin tatami. Al cabo de un rato en que los cuatro habíamos llevado a cabo la técnica, nos dimos cuenta de que todo el mundo nos estaba mirando. En el momento en que me tocó hacer de Uke con mi propio compañero y mi cuerpo golpeó el suelo, comprobé que el sonido de mi caída había causado eco a causa del silencio que se había establecido. Me levanté y el enorme Frank Dux se me acercó hasta que olí su colonia. Espero que él no oliera la que yo no llevaba.
No tengo idea de lo que me preguntó pues aún me resonaban los oídos del talegazo, pero me quedé allí de pié, junto a mis compañeros, la mirada en Dux que sonreía.
_No somos franceses_ le solté en inglés, casi a modo de diferenciación clasista, para evitar que pensara que eramos parte de aquel montón de chulos de pecho depilado (que conste que no tengo nada en contra de la ausencia de vello pectoral).
_ Venimos de España y somos practicantes de diversas artes marciales.
_Spain!…_ dijo él, sonriendo.
El resto del entrenamiento fue muy mediocre y Dux se limitó a explicar tres técnicas y sus variantes, dando una caña tremenda a sus alumnos.
En un momento dado, en la que iba a ser la última técnica me saludó solicitándome como Uke.
Me levanté rápidamente y le saludé, sobreponiéndome al estupor. Quien vio aquello tuvo que reírse al comparar nuestros tamaños, pero cuando me instó a que le atacara con el puño (me lo dijo en japonés con el consabido TSUKI) lo hice a fondo, sin contemplaciones y sin esperar nada. En ese preciso instante supe que Frank Dux no podía ser quien decía ser. Me esquivó in extremis y se inventó la técnica en ese momento. Cierto que era alguien acostumbrado al cuerpo a cuerpo, pero aplicó tanta fuerza física al movimiento que algo me susurró al oído que aquel hombre no era el genio que pretendía. Me practicó algo así como un shiho-nage de aikido mal hecho, que me proyectó con violencia al suelo. Me levanté al instante, con la sensación que tiene el Uke cuando el sensei la ha cagado o se le ha escapado la técnica. La segunda vez me aplicó un Irimi-nage extremadamente duro que me levantó muchísimo del suelo, lo cual seguramente resultó espectacular porque su sonrisa se amplió y me saludó con un _nice uke. Ya que había explicado dos técnicas, los budokas las practicaron como pudieron, y algunos seguían aplicando patadas en salto y cosas similares, como si no hubieran estado presentes en la demostración. Pensé que eran imbéciles.
Me reuní con mis compañeros teniendo la seguridad de que no había recibido la técnica de un maestro. Otras veces, con otros profesores, las mismas técnicas me habían sabido distintas, sin tanta violencia, ni había hecho falta tanta potencia física. Dux sustituía el desequilibrio por Julios de fuerza. Me sentí desilusionado.
Pero aquello era solo el comienzo. Al terminar, dijo unas palabras que fueron traducidas de forma poco menos que indignante en las que agradecía la asistencia y pedía perdón por no haber contado con un tatami. El traductor gabacho dijo no se que c**o de la escuela Dux… pa mi que se lo inventaba sobre la marcha en función del careto de Dux.
Cuando el americano se retiró, los asistentes plegaron velas y se cambiaron allí mismo. Nosotros hicimos lo propio, volviéndonos a poner la ropa de calle. En seguida pensamos en escabullirnos para evitar que alguien descubriera que jamás habíamos abonado la clase. Estábamos a unos pocos metros de la puerta de salida cuando comprobamos que muchos de los budokas hacían cola para adquirir uno de los posters firmados de puño y letra de Dux. Empezamos a sortear a la gente hasta que noté que alguien me agarraba por el hombro. Era uno de los alumnos de Dux, aún con el keikogi azul un tipo bajito, que había estado asistiendo al grandullón durante el micro-cursillo. El tio empezó a decir, mientras nos miraba a los cuatro que “el señor Dux quisiera hablar con nosotros en privado”. Al principio creí que había malinterpretado al americano, pero los alumnos de Dux nos abrieron paso y nos llevó a una especie de vestuario en el que Dux y su “novia” nos esperaban. Mis tres compañeros flipaban en colores y ya no me pedían que les tradujera nada. Se limitaron a abrir los ojos como platos y dejarse llevar.
Hubo apretones de manos gigantescas y una especie de conversación en spanglish conducida por una chica, seguramente de origen cubano, que permitió a duras penas que Dux nos explicara cuanto deseaba dar un stage en España… y lo rentable que sería para todos.
Nos mostró toda una línea de equipamiento con la marca Otomix, que según él le quitaban de las manos en Usa y que los asistentes aquel día al gimnasio estaban adquiriendo en masa allí mismo, a un precio prohibitivo. De repente se presentó otro tipo, el apellido del cual me demostró que había dirigido algunas películas (serie B) del tema Ninja. Por lo visto se estaba preparando una producción destinada a poner en escena al amigo Dux. A todo esto, la chica revoloteaba por el vestuario arreglándose la ropa constantemente y soltando parrafadas en español que terminaba siempre con _you know? (¿sabes?) Mis compañeros contestaban a preguntas triviales sobre comida española, playas, e incluso me pareció oír las palabras Sagrada Familia. Mi cabeza apenas era capaz de seguir el hilo a todo.
Dux nos habló de las Artes antiguas, de su aparición en Bercy y de lo enfadado que estaba porqué había perdido la concentración y se había cortado un poco con las botellas de cava que convirtió en polvo el día anterior, frente a miles de espectadores. Comprobé allí mismo que los cortes eran arañazos superficiales sin ninguna gravedad, como los que te hace un gato casero cuando juega.
Frank Dux no dejaba de hablar de beneficios, de hoteles, de España y de las posibilidades que ofrecía la introducción en nuestro país de la marca Otomix.
Mis amigos empezaron a sentir lo mismo que yo. Era como asistir a una de esas convenciones en las que quieren venderte un piso en multipropiedad. Pobres de nosotros, que solo queríamos entrenar con un gran maestro. Ahora estábamos con él en un vestuario, sin comprender nada, y sin darnos cuenta de que aquello era un gran negocio que se había iniciado con la película Bloodsport.
Intercambiamos teléfonos y hubo promesas y nuevos apretones de manos, pero al cabo de casi otra hora y media, cuando sacamos nuestros culos del gimnasio, teníamos la impresión de haber llegado al final de un ciclo. Los cuatro hablamos entre nosotros de lo increíble que había sido la jornada, pero en nuestro fuero interno percibimos la cruda realidad.
A partir de aquel día continuamos practicando, pero con otro talante. El encuentro con Frank Dux nos enseñó que el camino no entiende de naciones ni de idiomas, así que continuamos en la brecha. Hoy día, cuando hablo del tema de Frank Dux, quiero recordarlo como algo bueno, pero cuanto más vueltas le doy, más me convenzo de que todo era un gran montaje alrededor de un tipo que practicaba Artes Marciales. No, no era un gran maestro, y creo que he conocido a unos cuantos, pero a su modo, nos enseñó algo.
Espero que alguien extraiga alguna enseñanza de este rollo.
Lo cierto es que cuento con más anécdotas, algunas con personajes muy conocidos de las Artes Marciales, pero me estoy sintiendo como el típico viejo relatando batallitas. Además, algunas de ellas no me las creería si no las hubiera vivido y el hecho de contarlas quizá haría que las cubriera con una retórica que seguramente no merecen.